Un julio 19 ya las armas se alzaban, las banderas ondeaban y el sonido dilacerante de "patría libre" esclarecía el paisaje sombrío heredado de 42 años de dictadura.
Que la multitud se congregara a manifestar su sentir popular era cuestión de tiempo. Pero en las calles la algarabía ya desbordaba hasta a los más senil. Pues era inusual que un pequeño ejército loco, apenas apertrechado de ideas, vapuliera a la fuerza militar y demoledora de una dictadura avituallada por el imperialismo norteamericano.
¡Cuántos tiempos de lucha!
Porque en la lucha sandinista atrincherar la esperanza nunca fue una opción, ni envainar la libertad una alternativa. Enarbolar la justicia mientras se asesinaban compatriotas hubiese sido una ingente desfachatez, y guardar silencio mientras se repremía una tácita aprobación. Pero el pueblo, aunque humilde y mesurado, siempre fue profuso en lucidez y clarividente por antonomasia, y capaz de dilucidar entre libertad y opresión, opulencia y miseria, dictadura y democracia.
Porque fue esa consciencia social la premisa inicial que levantó barricadas y desplomó aviones; que improvisó armas y tomó cuarteles; que llamó a insurrección y derrocó tiranos.
¡Cuánta consciencia! Así se ceñía Nicaragua en la plaza de la revolución en esos días donde la rebeldía resultó ser heroismo y donde el futuro era avizorado en leche y miel.
Hoy decimos que así se construyen los hitos históricos. Pues 42 años de laceración bastaron para que el pueblo nicaraguense depusiera su parsimonia y susceptibilidad; y un solo 19 de julio de 1979 fue suficiente para que se posara el nuevo amanecer presagiado por nuestros héroes y mártires.
Desde entonces, el amanecer dejó de ser una tentación, siempre será 19 de julio en la memoria indeleble del pueblo nicaraguense.
¡Vivas a la consciencia revolucionaria! ¡Vivas a la Nicaragua bendita y siempre libre!
19 de julio, 2017
Lic. Adolfo Díaz Pérez